Anticuado

Ben Estes iba a morir. La vida de un astrominero que recorría la inexplorada vastedad del cinturón de asteroides podía ser tan ingrata como breve.
Harvey Funarelli gruñó en su litera y Estes hizo una mueca al sentir un tirón en los músculos.
Estaban bastante maltrechos. Pero Estes se encontraba menos afectado que Funarelli porque éste era más corpulento y había estado más cerca del punto del impacto.
Estes miró a su compañero.
-¿Cómo te sientes, Harvey?
Funarelli gruñó de nuevo.
-Siento todas las articulaciones rotas. ¿Qué demonios pasó? ¿Con qué chocamos?
Estes se le acercó cojeando.
-No trates de levantarte.

Isaac Asimov

-Puedo conseguirlo con sólo que me tiendas la mano. ¡Ay! Debo de tener una costilla rota. ¿Qué ha pasado, Ben?
Estes señaló la tronera principal. No era grande, pero era lo mejor que podía esperarse en una nave astrominera de dos plazas.
Funarelli se aproximó despacio, apoyándose en el hombro de Estes. Miró hacia fuera.
Había estrellas, por supuesto, pero la mente de un astronauta experimentado las excluía automáticamente.
Las estrellas siempre estaban allí. Más cerca había un banco de rocas de diverso tamaño, desplazándose despacio como un enjambre de abejas perezosas.
-Nunca vi nada semejante -se asombró Funarelli-. ¿Qué hacen ahí?

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-Sospecho que esas rocas son los restos de un asteroide destrozado y están girando en torno de algo que las despedazó, lo mismo que nos ha despedazado a nosotros.
-¿Qué es?
Funarelli escrutó en vano la oscuridad.
-¡Eso! -dijo Estes, señalando un resplandor tenue.
-No veo nada.
-Claro que no. Es un agujero negro.
A Funarelli se le erizó el cabello corto y sus ojos oscuros destellaron de horror.
-¡Estás loco!
-No. Hay agujeros negros de todos los tamaños. Eso dicen los astrónomos. Éste tiene la masa de un asteroide grande y nos estamos desplazando a su alrededor. ¿Qué otra cosa podría retenernos en su órbita?
-No hay datos sobre...

Isaac Asimov

-Lo sé. ¿Cómo podría haberlos? Es algo que no se puede ver. Es pura masa... ¡Eh, ahí está el Sol. -La nave, que rotaba lentamente, tenía en ese momento el Sol a la vista. De cualquier modo, somos los primeros en tropezar con un agujero negro. Sólo que no viviremos para hacernos famosos.
-¿Qué sucedió?
-Los tanques de combustible fueron destruidos. Estamos atascados en esta órbita... Si estuviéramos más cerca o si nos aproximáramos a un extremo de la órbita...
-¿Podemos enviar un mensaje?
-Ni una palabra. El sistema de comunicaciones está destrozado.
-¿Puedes repararlo?
-No soy experto en comunicaciones, pero aunque lo fuera. El daño es irreparable.

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-¿No podemos improvisar algo?
Estes sacudió la cabeza.
-Tenemos que esperar... y morir. Eso no es lo que más me fastidia.
-Pues a mí me fastidia bastante -gruñó Funarelli, y se sentó en la litera con la cabeza entre las manos.
-Lo peor es que no podemos enviar un mensaje sobre eso. -Señaló a la tronera, que estaba de nuevo despejada, pues el Sol se alejaba.
-¿El agujero negro?
-Sí, es peligroso. Parece estar en órbita solar, pero quién sabe si la órbita es estable. Y aunque lo fuera tiene que crecer.
-Supongo que devora cosas.
-Claro. Todo lo que encuentra. Traga polvo cósmico continuamente y despide energía al engullirla.

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Por eso ves esas chispas de luz. De cuando en cuando, el agujero traga un fragmento grande y suelta un destello de radiación, la cual incluye rayos X. Cuanto más crece, más fácil le resulta absorber material desde mayor distancia.
Ambos miraron la tronera un instante; luego, Estes continuó:
-Ahora se puede manipular. Si la NASA pudiera traer hasta aquí un asteroide grande y dispararlo a cierta distancia del agujero, lo arrancaría de la órbita por la atracción gravitatoria mutua entre él y el asteroide. Se puede hacer que el agujero se curve en una trayectoria que lo llevaría fuera del sistema solar, con un poco de ayuda y de aceleración.
-¿Crees que era muy pequeño al principio?
-Quizá sea un microagujero que se formó en los tiempos del Big Bang, cuando se creó el universo.

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Tal vez ha estado creciendo durante miles de millones de años. Si continúa creciendo, podría volverse inmanejable y, con el tiempo, convertirse en la tumba del sistema solar.
-¿Por qué no lo han encontrado?
-Nadie lo ha buscado. ¿Quién se podía esperar que hubiese un agujero negro en el cinturón de asteroides? Y no produce bastante radiación ni posee masa suficiente como para hacerse notar.
Tienes que tropezar con él, como nosotros.
-¿Estás seguro de que no tenemos ningún modo de comunicarnos, Ben? ¿A cuánto estamos de Vesta? Podrían llegar aquí sin mucha demora. Es la base más grande del cinturón de asteroides.
Estes negó con la cabeza.
-No sé dónde está Vesta ahora. El ordenador también se ha estropeado.

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-¡Cielos! ¿Queda algo sano?
-El sistema de aire funciona. El purificador de agua también. Tenemos bastante energía y alimentos. Podemos durar dos semanas, tal vez más.
Se hizo un silencio.
-Mira -dijo Funarelli al cabo de un rato-. Aunque no sepamos dónde está Vesta, sabemos que se encuentra a unos cuantos millones de kilómetros. Si lanzamos una señal, podrían mandar una nave robot al cabo de una semana.
-Una nave robot, claro -repitió Estes.
Eso era fácil. Una nave no tripulada podía alcanzar niveles de aceleración que el cuerpo humano no resistiría. Podía efectuar viajes en un tercio del tiempo.
Funarelli cerró los ojos, como bloqueando el dolor.

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-No te burles de la nave robot. Podría traernos vituallas de emergencia y a bordo llevaría material que podríamos usar para instalar un sistema de comunicaciones. Podríamos resistir hasta que llegaran a rescatarnos.
Estes se sentó en la otra litera.
-No me burlaba. Sólo pensaba que no hay modo de enviar una señal. Ni siquiera podemos gritar. El vacío del espacio no transmite el sonido.
-No puedo creer que no se te ocurra nada -rezongó Funarelli-. Nuestras vidas dependen de ello.
-Quizás hasta la vida de la humanidad dependa de ello, pero no se me ocurre nada. ¿Por qué no piensas tú?
Funarelli gruñó al mover las caderas.
Se sujetó a las agarraderas de la pared próxima a la litera y se puso de pie.

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-Se me ocurre una cosa. ¿Por qué no apagas los motores de gravedad, y así ahorramos energía y forzamos menos los músculos?
-Buena idea -murmuró Estes.
Se levantó, fue al panel de los controles y cortó la gravedad. Funarelli flotó hacia arriba, emitiendo un suspiro.
-Todavía me duele -se quejó Funarelli-,incluso sin gravedad. ¿Hay algún modo de lograr que el agujero negro aumente su actividad?
-Si uno de esos trozos de roca cayera en el agujero, lanzaría un destello de rayos X.
-¿Lo detectarían en Vesta?
Estes negó con la cabeza.
-Lo dudo. No están buscando nada parecido. Pero sin duda lo detectarían en la Tierra.

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Algunas estaciones espaciales vigilan el cielo constantemente para verificar si hay cambios de radiación.
Detectan destellos increíblemente pequeños.
-De acuerdo, Ben, no me importaría poner sobre aviso a la Tierra. Enviarían un mensaje a Vesta para que investigara. Los rayos X tardarían quince minutos en llegar a la Tierra y las ondas de radio tardarían otros quince en llegar a Vesta.
-¿Y entre tanto? Los receptores pueden registrar automáticamente un estallido de rayos X en tal dirección, pero ¿quién sabrá de dónde proceden? Podrían venir de una galaxia distante que se encontrase en esta dirección.
-Si tuviéramos los cohetes...
-Déjame adivinarlo. Podríamos conducir la nave hacia el agujero negro y utilizar nuestra muerte para enviar un mensaje. Eso tampoco funcionaría. Seguiría siendo una pulsación procedente de cualquier parte.

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-No era eso lo que pensaba -protestó Funarelli-. No tengo interés en morir heroicamente.
Pensaba en que tenemos tres motores. Si pudiéramos sujetarlos a tres rocas de buen tamaño y enviarlas de una en una al agujero, se producirían tres estallidos de rayos X y, si las lanzáramos con un día de diferencia, la fuente se detectaría perfectamente contra las estrellas. Eso sería interesante, ¿no? Los técnicos lo captarían de inmediato, ¿verdad?
-Tal vez. De todos modos, no tenemos cohetes y no podemos sujetarlos a las rocas aunque...
-Estes se calló de pronto. Luego, añadió, con la voz alterada-: Me pregunto si los trajes espaciales están intactos.
-¡Las radios de los trajes! -exclamó Funarelli.

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-Qué va, sólo llegan a pocos kilómetros. Estoy pensando en otra cosa. Estoy pensando en salir.
-Abrió el armario de los trajes-. Parecen estar en buen estado.
-¿Para qué quieres salir?
-Quizá no tengamos cohetes, pero aún tenemos músculos. Al menos yo. ¿Crees que podrías arrojar una piedra?
Funarelli intentó mover el brazo y una expresión de dolor le cruzó el semblante.
-Pues yo saldré a arrojar unas cuantas... El traje parece estar en buenas condiciones. Quizá pueda echar unas cuantas en el agujero. Espero que funcione la burbuja de aire.
-¿Tenemos aire suficiente? -se alarmó Funarelli, con inquietud.

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-¿Tendrá eso importancia dentro de dos semanas? -replicó Estes, con aire cansado.
Todo astrominero debe salir de la nave en ocasiones: para efectuar reparaciones, o para recoger un trozo de material.
Se encontró en la negrura del espacio, con las estrellas rutilantes que había visto cien veces; pero con la diferencia de que, bajo el reflejo tenue del pequeño y lejano Sol, estaba también el fulgor opaco de cientos de trozos de roca que en otro tiempo debieron de formar parte de un asteroide y en ese momento componían una especie de pequeño anillo de Saturno en torno de un agujero negro. Las rocas parecían inmóviles, pues se desplazaban junto con la nave.
Estes evaluó la dirección en que giraban los astros y supo que la nave y las rocas se desplazaban en dirección contraria. Si podía arrojar una piedra en la dirección del

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movimiento de las estrellas, neutralizaría parte de la velocidad de la piedra en relación con el agujero negro.
Si neutralizaba poca velocidad o si neutralizaba demasiada, la piedra caería hacia el agujero, lo rozaría y regresaría al punto de partida; si neutralizaba la suficiente velocidad, se aproximaría hasta ser pulverízada, y los granos de polvo perderían celeridad y caerían en espiral hacia el agujero, liberando rayos X.
Utilizó su red de acero de tantalio para recoger piedras, escogiéndolas del tamaño de un puño.
Agradeció que los trajes modernos permitieran plena libertad de movimientos y no fueran ataúdes, como los de los primeros astronautas que llegaron a la Luna más de un siglo atrás.

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Una vez que tuvo suficientes piedras, arrojó una y vio su brillo trémulo y cómo se desvanecía en la luz solar mientras caía hacia el agujero. Aguardó, pero no pasó
nada. No sabía cuánto tardaría en caer en el agujero negro, suponiendo que cayera allí, pero contó hasta seiscientos y arrojó otra.
Una y otra vez repitió la operación, con una enorme paciencia nacida del temor a la muerte, y al fin se vio un repentino resplandor en la dirección del agujero negro: luz visible y un estallido de radiación de alta energía que sin duda incluía rayos X.
Tuvo que parar a recoger más piedras, y luego consiguió ya el adecuado cálculo de la distancia.
Estaba acertando casi siempre. Se orientó de tal modo que el tenue destello del agujero negro se pudiera ver por encima de la nave.

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Ésa era una relación que no cambiaba mientras la nave giraba sobre su eje.
Notó que acertaba casi siempre. Aquel agujero negro debía de ser mayor de lo que él creía y engullía a su presa desde una mayor distancia. Eso lo hacía más peligroso, pero aumentaba las probabilidades de que los rescataran.
Regresó a la cámara de presión y entró en la nave. Tenía los huesos molidos y le dolía el hombro derecho.
Funarelli lo ayudó a quitarse el traje.
-Ha sido sensacional. Estuviste arrojando piedras al agujero negro.
Estes asintió con la cabeza.
-Sí, y esperó que mi traje haya detenido los rayos X. No quiero morir envenenado por la radiación.
-Se verá esto en la Tierra, ¿verdad?

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-Sin duda, pero quién sabe si le prestarán atención. Lo registrarán y se preguntarán qué es; pero ¿qué los hará venir a echar un vistazo? Tengo que pensar en algo que los haga venir, en cuanto haya descansado un poco.
Una hora después, se puso otro traje espacial. No tenía tiempo para esperar a que las baterías solares del primero se recargaran.
-Espero no haber perdido la puntería -dijo.
Estes recogió tantas piedras como pudo y las dejó cuidadosamente en una hendidura del casco de la nave. No se quedaban allí, pero se desplazaban con suma lentitud y, cuando Estes hubo apilado todas las que pudo, las que estaban allí al principio no se habían dispersado más que bolas en una mesa de billar.
Luego, las arrojó, tenso al principio, pero con creciente confianza, y el agujero negro centelleó una y otra vez.

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Le pareció que era cada vez más fácil acertar en el blanco, que el agujero negro crecía con cada impacto y pronto los devoraría con sus fauces insaciables.
Era sólo su imaginación, desde luego. Finalmente, se le acabaron las piedras, aunque de todos modos no hubiera podido arrojar más.
Cuando estuvo de regreso en la nave, Funarelli lo ayudó a quitarse el casco.
-Es todo -dijo Estes-. No puedo hacer más.
-Provocaste bastantes destellos -lo animó Funarelli.
-Muchísimos, y sin duda los registrarán. Ahora tendremos que aguardar. Tienen que venir.
Funarelli lo ayudó a quitarse el resto del traje a pesar del dolor. Luego, se quedó de pie, gruñendo y jadeando.
-¿De veras crees que vendrán, Ben?

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-Yo creo que sí -respondió Estes, como si pudiera forzar los hechos por la mera fuerza del deseo-. Tienen que venir.
-¿Por qué dices que tienen que venir? -preguntó Funarelli, en el tono de alguien que desea aferrarse a una esperanza, pero no se atreve.
-Porque me he comunicado. Somos no sólo los primeros que se topan con un agujero negro, sino los primeros que lo usan para comunicarse. Somos los primeros en usar el sistema de comunicación más avanzado del futuro, el que podría enviar mensajes de una estrella a otra y de una galaxia a otra, y que también podría ser la máxima fuente de energía...
Resollaba, y parecía fuera de sí.
-¿De qué estás hablando?

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-He tirado las piedras con un ritmo concreto, Harvey, y los estallidos de rayos X surgieron a ese mismo ritmo: tres destellos consecutivos, una pausa, tres destellos espaciados, otra pausa y otros tres parpadeos consecutivos; y así sucesivamente.
-¿Y?
-Es anticuado, muy anticuado, pero es algo que todos recuerdan de los tiempos en que la gente se comunicaba usando cables por donde circulaba corriente eléctrica.
-¿Te refieres al fotógrafo..., perdón, al fonógrafo?
-El telégrafo, Harvey. Esos destellos que produje se registrarán y la primera vez que alguien mire ese registro se armará un revuelo. No sólo detectarán una fuente de rayos X, sino una fuente de rayos X moviéndose lentamente contra las estrellas, lo que será indicio de que se produce en nuestro sistema solar.

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Pero además verán una fuente de rayos X que una y otra produce la señal de SOS. Y, si una fuente de rayos X grita pidiendo socorro, sin duda vendrán a toda prisa... al menos... para ver qué... hay...
Se quedó dormido. Cinco días después llegó una nave robot.

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